Hoy en día, la precisión y la calidad son palabras claves en el mundo del automóvil: todos los grandes constructores tienden cada vez a ser más exigentes para acercarse lo más posible a la calidad perfecta (perfección que, por la propia definición del término no se alcanza nunca). De este modo, asistimos a un descenso continuo de las tolerancias de construcción. Los que no se pueden adaptar, por selección natural, tienden a quedarse fuera : como regla general las empresas más fragiles como pequeñas y medianas por ejemplo.
Hoy en día, los constructores de automóviles piden una precisión extrema. Necesitan útiles de control para verificar cualquier punto de cada pieza: interiores, exteriores, motor… absolutamente todo está controlado a décimas o centésimas.
Lo anterior está muy bien. Uno puede pensar, cuanta más calidad, mejor… pero… ¿ no puede ser peligroso caer en un exceso de calidad? De hecho, muchas veces, si lo analizamos bien, exigimos una precisión extrema en determinados aspectos mientras que en otros existe una importante falta de calidad. Cuantas veces exigimos tolerancias de verificación muy bajas para los medios de control, por debajo del 10% de la tolerancia de la cota a controlar, cuando la pieza tiene tolerancias de fabricación mucho mayores?
La naturaleza de la pieza debe diferenciar el diseño de los medios de control. No se necesita la misma precisión para piezas estampadas de chapa, que para piezas inyectadas en plástico o para piezas sopladas. Cada tecnología tiene sus limitaciones. Tampoco podemos quitar calidad o prestaciones a los medios de control o de fabricación, simplemente para abaratar costes. Debemos actuar con criterio y con sentido común. La precisión no hace toda la calidad: es necesaria pero la calidad incluye muchos más factores. Más que buscar una perfección casi imposible, que genera costes enormes, hay que saber encontrar el equilibrio y no olvidar que lo importante es la calidad entendida como la satisfacción del cliente y sus necesidades.
© Florence Leger, 2006